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Isao Kita

 

Isao, arqueológo, estaba ya en su oficina a las ocho y cuarto, recibiendo un mensaje de radio. Sentado cerca de una ventana, detectó un repentino fulgor con el rabillo del ojo. Entonces, no le pareció un resplandor intenso, era simplemente como si alguien hubiese disparado el flash de una cámara cerca de la ventana. La curiosidad hizo que se girara para ver que ocurría. Sus ojos vieron un extraño y silencioso espectáculo que él mismo calificó de “asombroso”, algo que lo dejó completamente impresionado: las nubes estaban expandiéndose a toda velocidad por el cielo azul, “como si una flor hubiese florecido de repente en el firmamento”.

 

Este efecto venía provocado por la onda expansiva, un efecto meteorológico que le dejó “hipnotizado”. Sin embargo, apenas unos segundos después sintió otra cosa, mucho más desagradable: una repentina ola de calor. Un calor insoportable y asfixiante. Pese a que su ventana estaba cerrada, el sofocante calor traspasó el cristal y el joven meteorólogo se sintió como “si hubiese puesto la cara justo frente a la puerta de un horno”. La confusión se apoderó de él mientras se debatía para intentar hacer frente a aquel calor infernal: “de haber durado un poco más, no lo hubiera podido soportar”. 

"Me sentía como si hubiese puesto la cara justo enfrente de la puerta de un horno"

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